Resulta que el "o no" sirve de mucho. Por ejemplo, No somos dos, somos más. ¿cuántos?... incontables. El caso es que pensamos que aunque este invento pretenda cierta unidad, conseguirla, siendo cada uno patacoja de un banco, resulta obra de titanes y aquí se es cualquier cosa menos titán.
Así pues ahora somos tres tristes trigues... de ahí el "locualo".
Ayer hicimos uso de la carretera, del viaje que nos hace, y desafiando las lluvias previsibles, nos lanzamos hacia el más allá tan cerca siempre de nosotros.
No te tires tanto rollo que aburres a la gente y así no conseguiremos seguidores.
Ayer fuimos a Termancia. Llovía, estábamos solos. Bueno, en realidad estábamos solos rodeados de unas dos mil ovejas y seis mastines.
Termancia huele a lavanda y es un lugar mágico. La lluvia y el balido constante de las ovejas hacían aún más irreal el entorno. ¡No nos extraña que allí se celebren fiestas de plenilunio! (tenemos que ir algún día), el lugar invita a ello.
Tiendas, foros, casas, acueductos, graderíos, termas... todo ¡tan fabuloso!.... y barro, claro, porque la lluvia también tiene eso cuando cae de aquella manera. Pero fue muy divertido: jugar a los romanos, entrar en las habitaciones en las que ellos vivieron, penetrar en la oscuridad del acueducto siguiendo el gorro fosforescente de nuestro particular guía--- ¡y comernos el bocata en el coche miga va, miga viene!.
Termancia nos llevó a Gormaz de la mano de Rosendo y pasando por Recuerda.
Gormaz es muy pequeño y su castillo ENOOOOOOOOOOOOOOOOOOORMEE.
Caballeros, Alcaides, arcos de herradura (el guía se empeñó en contar las características de los diferentes elementos del castillo... ¡Qué plasta!), Princesas, caballos, armas, batallas... eso es la fortaleza de Gormaz.
Y abrazando a la fortaleza: EL DUERO DE PLATA. Y los campos que riega formando un dibujo de manta antigua, verde, ocre y marrón... y, sobretodo, cálida.
Con ACDC llegamos al Burgo de Osma y también al Sprite caliente, el Nestea templado y el café con leche frío. Todo ello de la mano de la Señorita Rotenmayer del bar Capitol al que os recomendamos no ir. Sí que lo hagáis, sin embargo, a la pequeña tiendecita Vegaucero de la Calle Mayor donde un amable Sancho nos obsequió con las sacrosantas yemas de Almazán y sus benditas paciencias. También con su paciencia cuando "el nuevo triste trigue" se lanzó a la caja de yemas sin ningún tipo de pudor.
Y así pasó el día, pasó la tarde. El cielo se abrió un poquito y con el calor de los últimos rayos de sol y la voz de Avril Lavigne (¡cómo no!), llegamos hasta aquí... hasta vosotros. Un poco más sabios, un poco más viejos, un mucho más felices.