lunes, 23 de abril de 2012

195 metros

Se ha escrito mucho sobre el porqué de los 195 metros finales de una maratón. Que si era la distancia que separaba la línea de meta del Palacio de Buckinghan donde esperaba la familia real británica, que si llovía y se hubo de trasladar la tribuna de autoridades esos 195 metros para que no se mojaran... etc, etc. Sea cual sea la razón, lo que es totalmente cierto es que es en ese pequeñísimo instante de espacio-tiempo en el que el corredor entra en otra dimensión. Libera las pocas fuerzas que le quedan, maldice esos casi 200 metros, grita su dolor, siente el asombro de la gesta, flota entre ánimos anónimos, busca a los suyos para hacerles partícipes de su miedo, de su felicidad, de su entusiasmo, de sus lágrimas, de la frustración de sentirse fracasado y de la emoción de sentirse un dios.

Circular.

Eternidad en ese eterno intervalo fue lo que me ofrecieron ayer dos manitas agarradas a las mías. No sé lo que dije, sólo que les quería todo, que era lo más inmenso que había vivido, que llegábamos, que corría por ellos, que ellos me habían llevado hasta allí, que era feliz... y lo era, y lo soy. Parafraseando a Kavafis diría que al recordar esos instantes en mi mente todo se remueve y los encuentro y escucho su último aliento, y el primero.

Corro para distanciarme. Ellos me acercan porque son todo.

3 comentarios:

  1. Y yo me alegro mucho de ello. Mucho.

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    1. Está bien saber que alguien "ahí fuera" se alegra de la felicidad de los demás. Es cosa extraña en estos tiempos que vivimos en los que está de moda el daño gratuito y el deseo del mal ajeno.

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  2. Sí, están los tiempos un poco raros... pero los malos ratos en buena compañía se hacen mucho mas llevaderos.

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